Quiénes somos”, “de dónde venimos”, “adónde vamos”, “qué queremos”. He  aquí una batería de eternas preguntas cuya respuesta va indisolublemente  ligada, ya que para saber “adónde vamos” y “qué queremos”, hemos de  dilucidar también “quiénes somos” y de “dónde venimos”. Y en el caso de  los catalanes, eso no es nada fácil, pues la primera cuestión ya plantea  ciertas dificultades. Entre otras cosas porque la respuesta parece  estar cambiando a lo largo del tiempo. 
Hoy, por ejemplo, entre  un 7% y un 8% de los ciudadanos de Catalunya se sienten sólo españoles, y  una cifra que oscila entre el 4% y el 9% se consideran más españoles  que catalanes. A continuación aparece el grupo más  numeroso, el de quienes se sienten tan catalanes como españoles y que  suponen alrededor del 40% de los consultados. Luego, entre un 22% y un  28% se identifican como más catalanes que españoles, y, finalmente,  entre un 14% y un 19% se consideran exclusivamente catalanes.
Ahora bien, las cosas no siempre han sido así. Hace apenas veinte años, el grupo más numeroso –aquellos que expresan una identidad catalana  y española por igual– suponía la mitad de todos los consultados; es  decir, hasta diez puntos más que actualmente, cuando algún sondeo reduce  este colectivo al 39%. Por su parte, los que se sienten más españoles  que catalanes, o sólo españoles, han experimentado en las últimas  décadas una ligera disminución. En cambio, quienes se consideran más  catalanes que españoles, o sólo catalanes, han crecido visiblemente  desde la década de los 80 (entre 7 y 12 puntos). 
Lo curioso de  la evolución de estas cifras es que pueden asociarse a coyunturas  políticas que brindan hipótesis explicativas. En otras palabras: las  estrategias partidistas parecen influir en números tan sensibles como  los que reflejan la identidad de los ciudadanos. Una especie de efecto  mariposa. Por ejemplo, la coyuntura política de la segunda mitad de los  años 80, cuando se materializó un cambio visible en el grupo mayoritario  (el que se define tan catalán como español), se vio marcada por dos  factores. El primero lo configuró el agudo antagonismo político y  territorial entre los primeros gobiernos de Felipe González y Jordi  Pujol; y el segundo, el relevo de Fraga al frente del centroderecha, que  coincidió, ya en la primera mitad de la década de los 90, con agresivas  campañas sobre la supuesta persecución del castellano en Catalunya. Y  lo cierto es que, entre 1984 y 1992, la tasa de ciudadanos que se  sienten tan catalanes como españoles cayó del 50% al 35%, mientras  crecía en más de doce puntos la cuota de quienes se consideran más  catalanes que españoles o sólo catalanes.
La política moderada de  la primera legislatura de Aznar y su súbita disposición a hablar  catalán en la intimidad coincidió con una inversión en la evolución  identitaria: volvió a crecer el colectivo de quienes se sienten tan  españoles como catalanes y disminuyó la cifra de quienes sólo se sienten  catalanes o más catalanes que españoles. Sin embargo, el cambio de  rasante que experimentó la política territorial del PP en su segunda  legislatura, percibida como una contrarreforma autonómica, pareció  influir también sobre los sentimientos identitarios de los catalanes.  Entre 1999 y 2004, cayó la tasa de quienes declaran una identidad dual y  volvió a crecer la de los que se consideran sólo o más catalanes que  españoles. 
La reforma del Estatut pareció  actuar como un suavizante identitario, pues volvió a crecer el grupo  central, aunque la posterior ofensiva contra el texto estatutario  invirtió esa tendencia. De ahí que el fallo del Tribunal Constitucional  coincida ahora con el hecho de que el grupo “tan catalán como español”  esté hoy en una de sus cotas más bajas, mientras que el de quienes se  sienten más o sólo catalanes haya alcanzado su máxima cota. Una  metamorfosis que no parece nada causal.
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