A cuenta de una información reciente en la que el presidente de la Generalitat, Artur Mas, hablaba de la constitución de un “eje entre Catalunya, Israel y Massachusetts” me vi inmerso en una discusión sobre el carácter proisraelí del nacionalismo catalán, del español y del vasco, conversación que derivó hacia el carácter transversal del apoyo al Estado hebreo entre izquierda y derecha, incluyendo por ejemplo a Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat como recientes ejemplos de izquierdistas (o al menos progresistas, o vete a saber qué son en realidad desde un punto de vista ideológico) que se declaran amigos de Israel. En el principio fue Herzl, escribió (o algo así, ‘se non è vero, è ben trovato’)Eugeni García Gascón, y de ese origen del sionismo como ideología irracional y romántica del siglo XIX nace su apego a otros nacionalismos primos hermanos. “Iruña es la capital unida e indivisible de Euskal Herria”, leí una vez que dijo Arnaldo Otegi en un mitin, tal vez con un pañuelo palestino al cuello.El nacionalista catalán de de derechas se suele sentir cómodo defendiendo a Israel; el de izquierdas, no tanto, ya que en muchas ocasiones asimila al pueblo palestino con el catalán (o con el vasco, en el caso de Euskadi). Es decir, el pueblo oprimido. Pero por otro lado, es frecuente escuchar y leer en esos mismos círculos nacionalistas / independentistas expresiones como “catalán que se odia a sí mismo o l’auto-odi català” (versión ‘nostrada’ del self-hating jew) en referencia a los catalanes que no son suficientemente nacionalistas; o que los catalanes somos “los judíos de España”: trabajadores, hacendosos, generadores de riqueza pisoteados y expoliados por los bárbaros españoles. El nacionalismo español ha virado. El franquismo era el régimen de la conspiración judeo-masónica y el que se resistió a establecer relaciones diplomáticas con Israel; fue Felipe González quien lo hizo. Ahora, uno de los aspectos que define la derecha española e incluso a lo que José Luis Rodríguez Zapatero llamó la derecha extrema es que es inequívocamente nacionalista española e inequívocamente proisraelí. Aun así, la simplificación de izquierda anti-israelí y derecha pro-israelí tampoco es automática.
Dejo aquí un artículo que publiqué en El Periódico en julio del 2006 en el que intenté explicar este complejo tema con motivo de una polémica que se suscitó entre PP y PSOE a cuenta de que un espontáneo le colocó a Zapatero un pañuelo palestino en el cuello durante un mitin.
En 1957, ya sexagenario, Josep Pla arribó a Tel-Aviv en un barco repleto de judíos europeos que acudían a la llamada de construir Israel. El Estado hebreo impactó tanto a Pla que el escritor acabaría publicando ‘Israel,1957’, un panegírico de la epopeya del pueblo judío en su regreso a la tierra prometida. Pla no sospechaba que su libro se convertiría en una obra de referencia entre gran parte de la clase política catalana y que contribuiría a la contradictoria relación de la derecha y la izquierda catalana, española y europea con Israel.
Todo el mundo sabe que en el siglo XX la extrema derecha –fascismo, nazismo, franquismo,…– era antisemita. Lo que no es tan conocido es que unos 8.000 judíos fueron brigadistas internacionales durante la guerra civil española, en la que defendieronla Segunda Repúblicaen nombre del socialismo y el comunismo y en contra del fascismo. Para la izquierda, judaísmo y sionismo –convertidos en sinónimos– significaban antifascismo. A ello se le unió el movimiento colectivista de los kibutz, que parecía la plasmación en la tierra prometida de la utopía socialista.
Durante décadas cualquier político de izquierdas europeo que se preciara debía cumplir con el ritual de visitar un kibutz en Israel. Josep Borrell, por ejemplo, suele presumir del verano que pasó en 1969 en Israel, donde conoció a su primera esposa. Pero el ahora presidente del Parlamento Europeo no estaba solo. La derecha nacionalista catalana se sentía atraída por otro Israel: el país que una ideología nacionalista –el sionismo– había luchado por recuperar. Israel era y sigue siendo El Dorado nacionalista: el pueblo que recupera su tierra, que crea un Estado floreciente superando todo tipo de obstáculos y que resucita su lengua muerta. Pla y su ‘Israel,1957’en estado puro.
Esto explica la fascinación que el nacionalismo catalán siente por Israel, y que muchos de sus dirigentes peregrinasen al Estado hebreo como sus colegas socialistas y comunistas. Por citar a alguno, el apego de Jordi Pujol es tan grande que cuatro de sus hijos han pasado por un kibutz –Oriol conoció de primera mano las tensiones con los palestinos en la frontera con Gaza– y se embarcó en el proyecto del Museu d”Història de Catalunya tras visitar el Museo de la Diáspora en Tel-Aviv. En la polémica visita de la corona de espinas, el republicano Josep-Lluís Carod Rovira estaba más interesado por el eficaz sistema de enseñanza del hebreo que por los campos de refugiados de la franja de Gaza.
Al llegar al poder, Felipe González se dio cuenta de que para devolver a España a la comunidad internacional había que reconocer a Israel. Pero la política en Oriente Próximo es alambicada, y se escapa de análisis en términos de izquierda y derecha. Cayó el muro, estallaron la primera y la segunda Intifada, EEUU se convirtió en neocon, surgió la amenaza islamista y Osama bin Laden destruyó las Torres Gemelas. En estos tiempos oscuros y de confusión, probablemente lo único que tengan en común hoy en día José María Aznar y nacionalistas catalanes, Federico Jiménez Losantos y Joan B. Culla, Jon Juaristi y Pilar Rahola es su apoyo incondicional a Israel.
No es España una excepción: en Italia, un insigne proisraelí es Gianfranco Fini, heredero político de Mussolini (y Silvio Berlusconi, añado ahora). Y en Alemania, la izquierda radical es prosionista y los neonazis se manifiestan con banderas palestinas. En España, los antisistema lucen la kufiya que tanto ha molestado al embajador de Israel y al PP al verla en el cuello de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero es que Israel prefiere al Aznar de las Azores –frecuentemente invitado y agasajado en el Estado hebreo– que al Zapatero que irritó a EEUU al retirar las tropas de Irak. Y a quien los dirigentes israelís no pueden ni ver es a Miguel Ángel Moratinos, vetado por su labor como enviado especial de la UE a la zona. Era cuestión de tiempo que la ignorancia sobre Oriente Próximo unida al sectarismo de la política española acabara con José Blanco y Eduardo Zaplana arreándose a cuenta de Israel y Palestina.
por Joan Cañete Bayle
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